jueves, 9 de diciembre de 2010

A Ti * Cristian Warnken (Publicado por: Juan Mendizabal en RedDiaria)

Pocos dias antes de la Navidad del año recien pasado, el pequeño hijito de este columnista del diario El Mercurio de Santiago de Chile, Cristian Warnken, fallece en un lamentable accidente en su piscina, y esta es la segunda columna que Cristian ha escrito desde esa fecha y que ha conmovido a miles de chilenos que atiborran las paginas del diario para expresarle su solidaridad y agradecer este "comentario" que escribio el dia Jueves 06 de Marzo que a mas de alguno nos movera el piso.

 A Ti - Cristian Warnken (Jueves 06 de Marzo de 2008)



A ti que lees estas líneas, que estas bajando por una de las tantas autopistas de la ciudad en esta mañana de marzo o, tal vez, estas en un vagón del Metro - con la mirada extraviada, como todos los que viajan a esta hora-, o paladeas el primer café y recorres distraído las paginas de este diario, buscando algo que no sabes que es.

A ti, que llevas a tus hijos al colegio y que acabas de no Escuchar una pregunta que te hizo tu hija mas pequeña, porque estabas pensando en otra cosa. A ti, que acabas de salir de la ducha y te ves un instante en el espejo.

A ti, que pasas rápido a mi lado y casi me empujas y no me ves.

A ti, que -con apenas 18 años- te levantas con el tedio pegado en el alma y te enchufas al computador para no abrir la ventana de tu pieza que da al jardín.

A ti, que miras a tu marido todavía dormir a tu lado, y ves su nuca y su piel gastada, y sientes en el centro de tu pecho un hueco, la sensación de un cansancio del que quisieras huir a miles de kilómetros de ahí.

A ti, que estas comprando el pan sin emocionarte con su olor y su temperatura.

A ti, que entraste al cajero automático y descubriste que el saldo de tu cuenta era negativo, y sientes miedo, rabia, angustia. A ti, que acabas de dejar a tu niño en la sala cuna y te fuiste sin cantarle esa canción "que a el tanto le gusta".

A ti, que acabas de entrar en la oficina y te dispones a iniciar un día igual a todos los días, trabajando sin amor por lo que haces, como pieza de un engranaje que te devora.

A ti quiero agarrarte de la solapa, del brazo -con respeto, pero con fuerza-, a ti quiero detenerte en tu carrera loca y decirte lo que tal vez nadie te ha dicho nunca, porque no se enseña en los colegios ni aparece en los diarios.

Yo no soy nadie para quitarte cinco minutos de tu atiborrada y desesperada agenda, soy uno mas entre los millones que bajan esta mañana a comenzar un día mas en la ciudad. Entonces, ¿por que habrías de desconectarte de tu "iPod" o apagar tu celular para escucharme? 

Pensaras acaso que soy un predicador más, un vendedor de seguros, o alguien que quiere robarte a plena luz del día. Se que me miraras con recelo, con molestia, con desconfianza.

A ti, que me oyes pendiente de tu reloj, quiero decirte, antes de que desaparezcas devorado por la multitud: "El hombre es desgraciado porque no sabe que es feliz. ¡Eso es todo! Si cualquiera llega a descubrirlo, será feliz de inmediato, en ese mismo minuto. Todo es bueno".
¿Y eso era todo? -me dirás-. Si, y te digo: todo lo demás, fuera de eso, es nada.
 

Si te he agarrado de la solapa y te he abordado a esta hora de la mañana de este jueves que escribo es para decirte que eres feliz y no lo sabes. Y que eso que te dije lo dijo una vez un hombre como tu, que se llamo Dostoyevski.

Y yo, ¿quien soy para hablarte así, para entrar en tu privacidad y leerte la cita de un ruso que no conoces? Yo soy el muerto. Yo estoy muerto, tu estas vivo.
¿Muerto tu? -me dirás-. ¡Pero si puedo tocarte y verte y oírte!
Si, pero estoy muerto. Yo me levantaba en las mañanas como tu, prendía la radio como tu, paladeaba un café como tu, miraba distraído las primeras nubes en el cielo, y llevaba a mi hijo al jardín, y no sabia que era feliz, que estaba vivo. No lo sabia, como tu no lo sabes, como no lo saben tantos que no pisan con placer las primeras hojas del otoño, que no se detienen a ver los primeros rayos de luz colarse por la ventana para entibiar la piel del o la que duerme todavia a tu lado.

Pero esto, en realidad, no me lo enseño Dostoyevksi, sino mi pequeño hijo Clemente, un niño como millones de niños que en este momento son llevados al colegio, un niño que me hizo una pregunta que no escuche una mañana de un jueves como hoy. ¡Eres feliz y no lo sabes! Eso es lo que enseñan los niños que mueren, eso lo aprendemos de un golpe los que morimos con ellos, eso es lo que los vivos como tu no pueden escuchar.


http://www.rediaria.com/ver-reflexiones.php?titulo=A-Ti-*-Cristian-Warnken



 


 




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