jueves, 6 de agosto de 2020

Taller de escritura

Tengo diez minutos para escribir en plena libertad.  Eso suena espectacular, hasta que lo quiero llevar a cabo y me doy cuenta que no es tan fácil.

Un lenguaje limitado, aún con todo lo rico que es el castellano en su variedad solo puedo usar las palabras que aprendí, no esas palabras inventadas en mi infancia o las palabras estéticamente bellas por las que me calificaban con un UNO en Contabilidad, palabra que se vería mejor con V y así lo manifesté en mis exámenes hasta que aquella mala nota limitó mi rebeldía ortográfica.

Al aceptar esa libertad limitada, paso a la siguiente casi sin darme cuenta. Solo puedo escribir de lo que sé, lo que conozco, lo que imagino, lo que pienso, lo que está al alcance de mi memoria y nada más, no sé ir más allá.

Como la libertad, que creía tener cuándo decidí casarme con mi novio de la adolescencia, pensando, que iba a disfrutar salir de la casa paterna. Sentía, que siendo la esposa de un típico burgués iba a aprovechar mi tiempo libre, pero enseguida esa libertad se transformó en dependencia económica. Entonces tomé mi libertad al hombro y la llevé para otros rumbos, un lugar diferente, con otros brillos, en los que también me sentí libre por un ratito, tal vez dos. Pero la realidad siempre nos limita.

Lo que daría en este momento por armarme un cigarrillo, si solo hubiese comprado papel para armarlos. Y ahí está la realidad, arruinándome todo otra vez.

Y me siento desagradecida, tengo la posibilidad de escribir lo que quiera y solo pienso en dibujar, con muchos colores, ideas que vuelan sin explicación ni sentido, pero no, eso no está dentro de lo acordado, de lo que debo hacer en esta clase.

Noto que mi imaginación escapa por la ventana mientras miro la hoja en blanco, pienso en ese tiempo limitado, esos diez minutos, que no alcanzan ni para soñar y sin embargo terminan justo cuando todavía no comencé.

Quizás en la clase de pintura se me ocurra qué escribir.


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