viernes, 4 de septiembre de 2020

y si, yo también me quejo

 

Me quejo, porque no tengo permiso para ir comprar una máquina para mi reloj de pared, que no funciona; no uso reloj de muñeca y dependo del celular o la tv para saber qué hora es.

Me quejo, porque mi mesa de trabajo se convirtió en una montaña de desorden: computadora, calculadora, mouse, teclado numérico, taza, lentes, cartuchera, hasta un pincel, que no sé de dónde salió ni recuerdo cuándo lo puse ahí.

Me quejo, porque tengo una pilas de papeles para ordenar, una pila de ropa para guardar y una pila de utensilios de cocina que lavar.

Me quejo y estoy cansada de no poder reunirme con mis amigos, además ahora me sugieren que no me ría ni grite y una, a la que quiero mucho, está algo sorda y no usa audífono.

Me quejo, porque me corté el cabello y ya no me gusta, pero al menos eso crecerá.

Me quejo, porque el sábado debería ser mi día más tranquilo. No trabajo, pero tengo que ir a buscar algo que compré en Avellaneda, luego 7 horas de taller de astrología y no puedo decidirme entre una conferencia sobre fotografía o una obra de teatro del San Martín por tv.

Me quejo, porque tengo que pedir un permiso para ir a asistir a papá y nadie me lo pide, tanto de ida como de vuelta. Un domingo eterno, sintiendo que el tiempo no pasa nunca.

Me quejo, porque mis gatos se meten conmigo en el baño, aunque estén durmiendo escuchan movimiento y saltan de donde estén para acompañarme. Mi gata aprendió a abrir la puerta así que cerrarla no es opción.

Solo me quejo, pero no hago nada al respecto.

Y las redes sociales alimentan mis quejas, casi como un tiempo compartido de quejas dónde cada uno suma la suya a la de los demás y vamos aumentando presión.

Me subo al camioncito en el que todos vamos quejándonos hasta perder la noción de por qué nos estamos quejando.

Nos quejamos en masa. Nos dejan levando durante 170 días. Nos hornean.  Y con ese pan alguien se come un sanguchito.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario